jueves, 26 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 6

Sexta parte.



14/08/2010_____09:11




Ayer fue un día mucho más tranquilo que los anteriores. Al haber visto ya prácticamente todo lo que queríamos de Roma, pudimos estar un rato más en la cama y levantarnos a eso de las 09:00. Almuerzo sin prisas y preparación de la próxima visita, la célebre Capilla Sixtina y el Museo Vaticano.


Para llegar hasta la Capilla, volvimos a recorrer lo que días antes habíamos hecho. Plaza República, subir al metro, bajar en Ottaviano y dirigirnos al Vaticano. La cola de gente era inmensa. Por suerte, teníamos delante de nosotros un grupo escolar de niños orientales y nos estuvieron entreteniendo cerca de una hora. Además vimos como los timaban, pues un vendedor de botellas de agua fría, les vendió varias, teniendo cerca una fuente con la misma o mejor agua. Quieras o no, también da un poco de gusto ver que no eres el único extranjero estafado.

Entramos al cabo de una hora, pagando una entrada descuento por ser estudiante (8€). Una vez dentro del recinto subimos una rampa de caracol hasta llegar a un pequeño jardín. En éste había, aparte de mucha gente, una gran esfera representando nuestro planeta en medio de la plaza. Era la escultura de “Esfera con esfera” de Arnaldo Pomodoro. Nos hicimos unas fotos y nos pusimos en marcha.

No sé cuánto tiempo estaríamos recorriendo impresionantes salas y salas de estatuas, figuras de mármol, cuadros, paredes pintadas, alfombras, representaciones de animales haciendo todo tipo de movimientos, etc. para llegar al final a una saturadísima Capilla Sixtina en la que no dejaban hacer fotografías.

Todas esas salas eran grandísimas y los pasillos entre éstas estaban llenos de incontables obras de arte, cosa que aprovechamos para hacer infinitas fotografías. Al principio, nos perdíamos mirando todas esas esculturas y retratos, pero al cabo de una hora íbamos a paso más acelerado para llegar cuanto antes a la esperada Capilla Sixtina. Al llegar, sólo cruzar el umbral dispusimos nuestras cámaras digitales para fotografiar las paredes de la sala, pero rápidamente los vigilantes de ésta nos bajaron los brazos y nos amenazaron de echarnos si hacíamos fotos. Según las normas, está prohibido hacer fotografías de la Capilla.

Continuamos andando entre el gentío admirando las increíbles paredes hasta que, una vez situados debajo de la famosa pintura de “La creación” de Miguel Ángel, aprovechando que estábamos perdidos entre la muchedumbre, me decidí y saqué rápidamente mi cámara, fotografiando el magnífico techo. Mi alegría era más que considerable hasta que vino un guardia y me bajó la cámara exigiéndome que saliera de la sala. Como era de esperar, mentalmente me c…. en él.

Seguimos andando los cuatro hacia la salida pero cómo había tanta gente nos paramos unos segundos más y seguimos contemplando maravillados las paredes de la capilla. Si alguna vez visitáis Roma, esta excursión es imprescindible.



Volvimos al hotel un poco agotados y a la vez fascinados por lo vivido. Juan decía estar mejor y nosotros, ciegos despreocupados que seguíamos entusiasmados con la visita hecha, no intuíamos la desgracia que más tarde ocurriría. Tampoco nos alarmamos al ver otra paloma muerta, señal del oscuro infortunio que nos esperaba.



Una vez de vuelta, fuimos a comer, hicimos una buena siesta y decidimos salir por la tarde de compras. El haber dormido por la tarde provocó que saliéramos del hotel a eso de las 18:00 horas, y nos enteramos de que algunas tiendas cerrarían el sábado, domingo y lunes, información que nos estresó, y produjo que fuéramos toda la tarde con prisas de tienda en tienda. Por fin, a eso de las 9 de la noche acabamos con las dichosas compras.

Regresamos y mientras uno de los cuatro se duchaba, los demás íbamos preparando las maletas para ver si con los recuerdos comprados podíamos cerrarlas. También decidimos ir a cenar a un chino que habíamos visto cerca del monumento de Vittorio Emmanuel II, con el fin de cambiar un poco el local donde cada noche cenábamos.

Confiados en que los chinos no nos timarían caímos ingenuamente en su trampa. El menú, además de no ser tan bueno como el de los chinos españoles, obligaba a compartir el segundo plato con tu compañero. Eso provocó que cenáramos menos cantidad, ya que un plato para dos llevaba menos cantidad que si hubiera sido por separado. Con hambre aún, fuimos a dar una vuelta por el monumento a Vittorio Emmanuel II y cerca del lugar me compré un buen helado de stracciatella muy sabroso.

Seguimos el paseo nocturno parando en Piazza Navona i Fontana di Trevi. De noche había más ambiente festivo, la temperatura era muy agradable y la alegría del verano contagiaba a enamorarse de la ciudad. Volvimos de deambular al hotel a eso de la una. Contentos, descansados y relajados dormimos con sueños tranquilos. Momentos de paz que más tarde echaríamos en falta.

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