sábado, 21 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 2

Segunda parte.


09/08/2010_____22:34




Por suerte, ya ha pasado todo, un poco más, unos segundos más de retraso y quizás ya no podría escribir esta historia.

Escribo estas líneas desde una litera. Yo estoy arriba, mi amigo Cristóbal debajo. En la cama de matrimonio que tenemos al lado descansan Jonathan y Juan. Tenemos todos mucho sueño de la noche anterior en el aeropuerto pero aún nos quedan fuerzas para escribir, hablar y planear un poco lo que haremos.

La madrugada anterior estuvimos hasta las 04:00 en el bar hablando sobre las miles de preguntas que nos inquietaban. Ocho minutos después estábamos haciendo cola para facturar las maletas (sin tener aún los billetes y pensando que no nos dejarían sin éstos). Pero rápidamente se solucionó todo, nos facturaron los macutos y nos dieron los billetes indicándonos amablemente la puerta por la que embarcaríamos hacia nuestra esperada aventura.

Pasado el arco de seguridad nos dirigimos entusiasmados a la puerta de embarque 16 para salir de España a la espléndida hora de las 06:25. Esperamos un rato haciendo las primeras fotos y viendo el avión hasta que fuimos a comer algo al McDonald’s.

Una vez dentro del avión la primera sensación fue desilusión. No me esperaba que fuera a ser tan pequeña. Vista desde fuera, parecía grande y moderna, pero la parte de dentro era fea, pequeña y muy cerrada. Las ventanas eran enanas, un poco menos y ni se podría mirar por ellas. Me tocó el lado de la ventana, el mejor, y he de decir que el despegue, las vistas al mar y a las ciudades, las montañas y las nubes me parecieron realmente increíbles.

Llegamos a las 08:15, cogimos las maletas después de esperar un rato a que salieran dando golpes por todos lados y nos pusimos en marcha para coger el tren que nos llevaría a la estación de Termini, en Roma. Por el camino nos paró un taxista ofreciéndonos el viaje por 45€ y los cuatro pensamos “menudo timo nos quiere meter éste” pero al llegar a la estación el billete nos costó un riñón, 14 euros por persona, es decir, 56 euros en total. Por si fuera poco, el tren, si es que se le puede llamar tren a esa máquina que casi parecía ir con vapor, era el peor vehículo por carriles al que se podría subir. Pequeño, mal cuidado, muy viejo, lento y mal equipado. Además el viaje, sin paradas, tardó, tan sólo, cuarenta y cinco minutos. Empiezan fuerte estos italianos.

Al llegar, cansados del “tren” salimos demasiado rápido de la estación. Tan veloces que nos metimos en el barrio chino de Roma. Calles sucias, mal cuidadas y llenas de bazares y restaurantes chinos. ¡Qué buena imagen! Tanta cómo el humor que llevábamos después de lo ocurrido. Al cabo de veinte minutos deambulando pensando que íbamos en la dirección correcta pero sin encontrar nada de lo esperado, decidimos sacar el mapa. Íbamos en la dirección equivocada, pero con unos pocos ánimos y el mapa conseguimos encontrar el camino a nuestra futura nueva residencia.

La llegada al hotel fue muy buena, por fuera todo bonito, sencillo, tal y cómo nos lo esperábamos. Nos atendieron muy bien y rápidamente. Subimos a la habitación y después de discutir unos minutos con el recepcionista sobre el piso de la misma, la encontramos.

La “habitación cuádruple” era, más bien, individual, a mucho estirar para dos personas, pero no para cuatro. Además, como es lógico entre cuatro machos sementales que éramos, la elección de las camas provocó una pequeña disputa. Una vez instalados y todo normalizado, fuimos a comer al McDonald’s, yo por segunda vez este año, y después volvimos para dormir un poco. Por la tarde, a eso de las 17:00, salimos a voltear un rato. Pasamos por la fuente del Tritón, por la fontana di Trevi, el jardín tan bonito del palazzo del Quirinale y San Carlos Cuatre Fontane. Ducha, cena rápida y a dormir. Estamos completamente reventados y no podemos pensar en las fatales consecuencias que provocaríamos unos días después.

No hay comentarios:

Publicar un comentario