jueves, 26 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 6

Sexta parte.



14/08/2010_____09:11




Ayer fue un día mucho más tranquilo que los anteriores. Al haber visto ya prácticamente todo lo que queríamos de Roma, pudimos estar un rato más en la cama y levantarnos a eso de las 09:00. Almuerzo sin prisas y preparación de la próxima visita, la célebre Capilla Sixtina y el Museo Vaticano.


Para llegar hasta la Capilla, volvimos a recorrer lo que días antes habíamos hecho. Plaza República, subir al metro, bajar en Ottaviano y dirigirnos al Vaticano. La cola de gente era inmensa. Por suerte, teníamos delante de nosotros un grupo escolar de niños orientales y nos estuvieron entreteniendo cerca de una hora. Además vimos como los timaban, pues un vendedor de botellas de agua fría, les vendió varias, teniendo cerca una fuente con la misma o mejor agua. Quieras o no, también da un poco de gusto ver que no eres el único extranjero estafado.

Entramos al cabo de una hora, pagando una entrada descuento por ser estudiante (8€). Una vez dentro del recinto subimos una rampa de caracol hasta llegar a un pequeño jardín. En éste había, aparte de mucha gente, una gran esfera representando nuestro planeta en medio de la plaza. Era la escultura de “Esfera con esfera” de Arnaldo Pomodoro. Nos hicimos unas fotos y nos pusimos en marcha.

No sé cuánto tiempo estaríamos recorriendo impresionantes salas y salas de estatuas, figuras de mármol, cuadros, paredes pintadas, alfombras, representaciones de animales haciendo todo tipo de movimientos, etc. para llegar al final a una saturadísima Capilla Sixtina en la que no dejaban hacer fotografías.

Todas esas salas eran grandísimas y los pasillos entre éstas estaban llenos de incontables obras de arte, cosa que aprovechamos para hacer infinitas fotografías. Al principio, nos perdíamos mirando todas esas esculturas y retratos, pero al cabo de una hora íbamos a paso más acelerado para llegar cuanto antes a la esperada Capilla Sixtina. Al llegar, sólo cruzar el umbral dispusimos nuestras cámaras digitales para fotografiar las paredes de la sala, pero rápidamente los vigilantes de ésta nos bajaron los brazos y nos amenazaron de echarnos si hacíamos fotos. Según las normas, está prohibido hacer fotografías de la Capilla.

Continuamos andando entre el gentío admirando las increíbles paredes hasta que, una vez situados debajo de la famosa pintura de “La creación” de Miguel Ángel, aprovechando que estábamos perdidos entre la muchedumbre, me decidí y saqué rápidamente mi cámara, fotografiando el magnífico techo. Mi alegría era más que considerable hasta que vino un guardia y me bajó la cámara exigiéndome que saliera de la sala. Como era de esperar, mentalmente me c…. en él.

Seguimos andando los cuatro hacia la salida pero cómo había tanta gente nos paramos unos segundos más y seguimos contemplando maravillados las paredes de la capilla. Si alguna vez visitáis Roma, esta excursión es imprescindible.



Volvimos al hotel un poco agotados y a la vez fascinados por lo vivido. Juan decía estar mejor y nosotros, ciegos despreocupados que seguíamos entusiasmados con la visita hecha, no intuíamos la desgracia que más tarde ocurriría. Tampoco nos alarmamos al ver otra paloma muerta, señal del oscuro infortunio que nos esperaba.



Una vez de vuelta, fuimos a comer, hicimos una buena siesta y decidimos salir por la tarde de compras. El haber dormido por la tarde provocó que saliéramos del hotel a eso de las 18:00 horas, y nos enteramos de que algunas tiendas cerrarían el sábado, domingo y lunes, información que nos estresó, y produjo que fuéramos toda la tarde con prisas de tienda en tienda. Por fin, a eso de las 9 de la noche acabamos con las dichosas compras.

Regresamos y mientras uno de los cuatro se duchaba, los demás íbamos preparando las maletas para ver si con los recuerdos comprados podíamos cerrarlas. También decidimos ir a cenar a un chino que habíamos visto cerca del monumento de Vittorio Emmanuel II, con el fin de cambiar un poco el local donde cada noche cenábamos.

Confiados en que los chinos no nos timarían caímos ingenuamente en su trampa. El menú, además de no ser tan bueno como el de los chinos españoles, obligaba a compartir el segundo plato con tu compañero. Eso provocó que cenáramos menos cantidad, ya que un plato para dos llevaba menos cantidad que si hubiera sido por separado. Con hambre aún, fuimos a dar una vuelta por el monumento a Vittorio Emmanuel II y cerca del lugar me compré un buen helado de stracciatella muy sabroso.

Seguimos el paseo nocturno parando en Piazza Navona i Fontana di Trevi. De noche había más ambiente festivo, la temperatura era muy agradable y la alegría del verano contagiaba a enamorarse de la ciudad. Volvimos de deambular al hotel a eso de la una. Contentos, descansados y relajados dormimos con sueños tranquilos. Momentos de paz que más tarde echaríamos en falta.

martes, 24 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 5

Quinta parte.




12/08/2010_____18:16




Empieza mal el día. Juan está enfermo, y aunque él nos asegura que sólo es un resfriado, en lo más profundo de mí, sé que ya ha empezado a cambiar todo. Y me temo que no habrá marcha atrás.



Después de almorzar sin ganas lo mismo de siempre, nos pusimos rumbo al Foro Romano. Nuestro objetivo prioritario del día era la visita al Coliseo y de paso, aprovecharíamos para ver mejor el increíble monumento a Vittorio Emmanuel II y por la tarde visitar el Palatino.

Llegamos al descomunal monumento a eso de las 10 de la mañana. Sorprendidos de que se pudiera acceder a la parte interna del edificio gratuitamente, no lo dudamos ni un segundo. Al adentrarnos en ese sitio nos dimos cuenta que albergaba un magnífico museo militar italiano. El museo nos gustó mucho a todos y nos dejó francamente impresionados. También recorrimos los balcones más altos del grandioso monumento admirando las preciosas vistas pero no subimos a ver las vistas de la parte más alta porque para ello teníamos que pagar, y a partir de una democrática votación y una tirada de dados, se decidió que no pagaríamos.

Al salir nos dirigimos calle abajo hasta llegar al Coliseo. El increíble anfiteatro fue construido en el siglo I en el centro de la ciudad de Roma y, aunque originalmente se denominaba Anfiteatro Flavio (en honor a la dinastía de emperadores que lo construyó), pasó a ser llamado Colosseum por una gran estatua ubicada junto a él, el Coloso de Nerón, no conservada actualmente (información sacada de wikipedia).

Hicimos una hora de cola y nos encontramos rodeados de gradas con 3000 años de antigüedad. Tocando paredes que habían sido tocadas por el paso de miles de años, pisando suelo que había sido pisado por millones de pies a lo largo de la historia. Fue increíble verlo tan de cerca, impresionaba miraras por donde miraras. Nos fotografiamos, lo fotografiamos y grabamos varios vídeos. Fue realmente fascinante. Estuvimos cerca de una hora recorriendo las gradas, observando todos los recovecos, las vistas y todas las piedras del lugar.



Llegó la hora de comer y al estar cansados de toda la mañana recorriendo el museo militar y el Coliseo, decidimos buscar un lugar cercano. Encontramos un bar-restaurante donde, por muy extraño que parezca, no nos engañaron. Bueno, en realidad Cristóbal sí que fue estafado. El pobre desafortunado pidió un “panini” y le trajeron un bocadillo de pan de pagès con queso y jamón dulce mientras le sonreían pensando en los 5 euros que costaba ese mísero plato. Por lo demás, nosotros comimos bien. Si no recuerdo mal, en mi caso fue una muy buena ensalada, pan, canelones muy sabrosos y bebida por 13€.

Más tarde fuimos a ver el Palatino, donde se encuentran los orígenes de Roma. De hecho, excavaciones recientes en la zona muestran que fueron habitadas desde aproximadamente el año 1000 a.C. También explica la leyenda romana que el Palatino era el lugar donde estaba la cueva en la que fueron encontrados Rómulo y Remo, y que era el hogar de Luperca, la loba que los amamantó.

Vimos un montón de edificios en ruinas, paredes, casas, cuevas, templos, termas… todo precioso y fascinante pese a tener en el cuerpo mucho cansancio de la mañana que habíamos pasado caminando. Además Juan, aunque nos decía que tan sólo tenía un resfriado, comenzaba a disfrutar de la fiebre, y sin percibirlo ninguno de nosotros, empezaba a experimentar cambios dentro de su cuerpo.

Debíamos llevar bastantes quilómetros encima cuando decidimos ir a coger el metro pasando por el famoso teatro Marcelo, el cual tiene ya sus años, pues data del año 15 a.C. aproximadamente. Volvimos a ver la Boca de la Verita pero tampoco entramos porque la cola que había rápidamente nos disuadió de esa idea. Estábamos agotados. Recorrimos por segunda vez el Circo Massimo, que parecía más largo ese día y por fin, llegamos al amado metro.

Al llegar al hotel, ducha de uno tras otro, cena en el mismo restaurante de cada noche y vuelta a la habitación cuádruple. A partir de mañana ya iremos más descansados, con más calma y podremos salir por la noche.

lunes, 23 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 4

Quarta parte.



11/08/2010_____21:13




A pesar de haber presenciado ya las primeras señales de lo que días después pasaría, nosotros seguíamos despreocupados y confiados de nuestra buena suerte. Hoy había sido un día de mucho andar, y aunque tranquilo, se respiraba en el ambiente la típica tranquilidad que se presenta justo antes de la llegada de la tormenta. Una tempestad que tan sólo podía traer las desgracias que horas más tarde nos ocurrirían.

El día empezó un poco turbulento. La maníaca obsesión de Jonathan de poner el reloj a modo de que nos diera un pitido cada hora me despertó a las 07:00 de la mañana. Yo ya le había avisado la noche anterior de que cambiara el modo porque era fácil que nos despertara con el puñetero ruidito pero él, haciendo caso omiso de mis plegarias, mantuvo su empeño en dejar puesto el dichoso estruendo que hacía el aparato hora tras hora. El hecho de despertarme a las 07:00 provocó por mi parte anunciar una amenaza que sin duda tenía pensado cumplir si volvía a ocurrir algún otro día lo mismo.

La convivencia daba sus primeros frutos de dificultad.

Después del mismo desayuno de cada día (zumo, croissants y chocolate) nos pusimos rumbo a la Plaza España, pasando por vía Veneto. Nos desviamos un poco llegando así a un parque muy acogedor llamado Villa Borghese. Después de verlo muy por encima, entramos al metro y salimos por otra salida que nos dejó directamente en Plaza España. También vimos Villa Medici y continuamos hasta la iglesia muy bien decorada y ornamentada de “La Basílica de San Ambrosio y San Carlos Borromeo”. Allí recuperamos el aliento durante unos minutos y cogimos folletos eclesiásticos sobre los puntos de vista de la iglesia en temas de “la homosexualidad”, “la castidad antes de casarse”, “el aborto”, “la eutanasia”, etc. Ya podéis imaginaros de que palo iban. Madre mía. En fin, no quiero ofender a nadie así que no continuaré relatando el asombroso contenido de los panfletos.

Volvimos al hotel y fuimos a comer a otro restaurante que se llamaba “algo del pomodoro”, donde volvimos a ser estafados amablemente por los camareros. La música del local era pésima y comimos poco y mal pero estábamos relativamente animados por la simple idea de poder ir a dormir la siesta al acabar ese suplicio.

Al acabar la bien esperada siesta, nos dirigimos al bohemio y famoso barrio del Trastevere. Pasamos por el Ponte Fabriccio, la isla Tiberina que nos pareció bastante dejada y desapacible y llegamos, tras un largo paseo, a la iglesia de Santa María in Trastevere. Allí descansamos unos minutos comprobando que no nos hubieran robado por el bonito barrio. A Cristóbal, el barrio bohemio del Trastevere le agradó, mientras que a Juan y a mí nos pareció un barrio peligroso, incómodo y un tanto desagradable, recordándonos un poco al famoso barrio antiguo de la mina de Barcelona. A Jonathan, por no dejar su opinión fuera del grupo, le pareció un barrio cómo cualquier otro.


Al salir de ese tugurio llegamos a la conocida Boca de la Verita, la cual estaba cerrada porque era más tarde de las 17:00 horas. Hicimos unas fotos por fuera y nos dirigimos a recorrer el Circo Massimo camino a la estación de metro. En esta pista de carreras tan larga, cabían hasta 12 carros, y aunque a día de hoy sólo se conserva la pista de carreras, en otros tiempos tenía gradas, verjas y estatuas de diferentes dioses.

Como siempre, el metro nos dejó en la Plaza de la República, fuimos calle arriba hasta la iglesia de Santa Susana y rumbo Este hasta nuestra habitación “cuádruple”. Por el camino empezamos a ver fenómenos extraños sin darle importancia. Descubrimos 2 palomas muertas y supusimos que habían pasado a “mejor vida” gracias a las carreras de coches que se daban por toda la ciudad y a cualquier hora. Cómo cada vez la ciudad nos enamoraba más no reparamos en las pequeñas pero evidentes señales de lo que finalmente nos ocurriría.

Nos fuimos a dormir agotados de tanto caminar. Llevábamos tan sólo cuatro días y ya echaba a faltar cosas de mi antigua vida. Todos menos Juan añorábamos algo de nuestra ciudad, yo mi chica y la comida de allí, Jonathan la comida y su familia y Cristóbal, cómo no, el World of Warcraft. Pese a todo, Roma cada vez nos enamoraba más con sus calles medio asfaltadas, sus apresurados conductores, sus firmes militares armados y sus simpáticos camareros que no dudaban la más mínima en cobrarnos algún que otro euro de más en las comidas.

domingo, 22 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 3

Tercera parte.



11/08/2010_____00:43




Al levantarnos a las 08:25 no imaginábamos ni mucho menos que nos apuntarían con metralletas unos militares horas después en una apacible plaza. Tampoco imaginábamos los otros riesgos de vivir en la Roma actual.

Después de almorzar, a eso de las 08:45 bajamos a la Plaza de la República para coger el metro rumbo a la estación de Ottaviano, que nos dejaría al lado de la ciudad del Vaticano. Al bajar, pequeña caminata hasta llegar a la Piazza de San Pietro donde quedamos los cuatro totalmente impresionados. Las columnas, las dos fuentes, el obelisco traído desde Egipto, la vista de la Basílica de San Pedro y las ciento cuarenta figuras de santos de diversas épocas y lugares te deja sin palabras. Unos minutos para reponernos de la primera impresión, algunas fotos y rumbo a la enorme cola que daba media vuelta por toda la plaza.

La cola avanzó rápidamente, en unos treinta minutos ya estábamos pagando 5€ para poder visitar la increíble cúpula. Tras subir incontables escaleras con mucho calor y humedad, conseguimos llegar arriba sin ningún ataque al corazón ni problema respiratorio aparente. Las vistas desde lo alto de la cúpula fueron inimaginables, una preciosa panorámica de la ciudad que espero que nunca olvidemos. Después de unos preciosos minutos volvimos a bajar los infinitos escalones hasta llegar directos a la Basílica de San Pedro. La modesta basílica es el edificio religioso más importante del catolicismo y en ella está enterrado el primer Papa, San Pedro y muchos otros Papas que han ido pasando por la historia y de los que la mayoría ni se acuerdan. Tal y como comentamos nos pareció impresionante, grandísima, ostentosa y según el Juan, estupenda. Comimos en un restaurante de los alrededores, el Ristorante da Paolo, donde, por segunda vez en dos días, nos volvieron a engañar. Sin ningún tipo de reparo nos invitaron a comer explicándonos que el menú costaba tan sólo 11€. Comimos y al acabar nos cobraron 16’25€ por persona, ya que habían incluido pan, cubiertos y servicio. Menuda estafa. Mejor tomárselo a risa porque si no es, tal y como comentó Cristóbal, para quemar el local.

Al salir de aquel engaño fuimos al “Castel Sant’Angelo”, el cual está conectado con la ciudad del Vaticano tal y como sale en Ángeles y demonios. Decidimos no entrar porque la entrada costaba el otro riñón que nos quedaba, decisión de la que después me arrepentí porque me hubiera gustado visitarlo. Cruzamos el puente que llevaba el mismo nombre que el castillo y llegamos a Piazza Navona tras un paseo por las peligrosas calles romanas. Estas calles, aunque aparentemente inofensivas, están repletas de huecos, adoquines sueltos y piedras muy mal colocadas que hacen que incluso un alpinista necesite de cuerda y arnés para no caer al suelo. Fueron varios los sustos que nos fuimos llevando cada vez que uno de nosotros tropezaba y estaba a punto de partirse los dientes. Además, por si fuera poco, los coches y las motos circulaban como si estuvieran entrenando para la próxima carrera de fórmula 1. Los pasos de peatones no los respeta nadie.

Como iba diciendo, al llegar a Piazza Navona, una de las famosas plazas de Roma, vimos las tres fuentes que tiene, la fontana di Nettuno en el norte, la fontana del Moro al sur y en el medio, la fuente de los Cuatro Ríos, con el obelisco. Unas cuantas fotos, un poco de reposo y volvimos a andar camino del Panteón de Agripa o de Roma, el cual nos pareció bastante sencillo después de todo lo visto esa misma mañana. Entramos y estuvimos un rato descansando en los bancos del interior de éste, observando las paredes, el agujero de la parte de arriba y la gente. En uno de los bancos que teníamos delante, recuerdo que se sentó una señora bastante vieja y estuvo mirando a Juan con ojos deseosos y mirada lasciva.

Continuamos hasta el imponente monumento a Vittorio Emmanuel II, que lo vimos por fuera y seguimos rumbo al hotel entrando por el camino en la bonita iglesia de Loyola (nosotros la bautizamos como la sensacional iglesia de Yola Berrocal). Sin saber cómo, continuamos hasta el pequeño accidente que ocurriría minutos después con unos militares coléricos.

Seguimos andando subiendo por una pendiente bastante pronunciada y llegamos al Palacio de Montecitorio, sede de la cámara de los diputados de Italia, al lado del famoso Palacio del Quirinal. Parecía que se podía entrar porque estaba abierto y nos acercamos tranquila y despreocupadamente a la entrada. Segundos después oíamos la potente voz de un militar prohibiéndonos la entrada bajo la amenaza de metralletas. Nos paramos en seco y volvimos sobre nuestros pasos acobardados.

Continuamos nuestro camino haciendo una breve parada en los jardines del palacio del quirinal a los cuales sí que se podía pasar sin recibir disparos de ninguna ametralladora. Después de un poco de reposo envueltos en una sorprendente tranquilidad volvimos al largo recorrido hacia el hotel. Por el trayecto de retorno pasamos otra vez por San Carlo Cuatre Fontane y visitamos la iglesia de Santa Susanna, una santa que fue decapitada por negarse a ofrecer sacrificios al Dios Júpiter. Además de ser muy bonita la iglesia, también salía en Ángeles y demonios.

Llegamos al hotel a las 17:30, ducha, gandulear un poco y cenar. Cenamos en el mismo restaurante que la noche anterior, un local carillo pero que no nos estafaban cómo en otros lugares. Un pequeño paseíto, algo de charla nocturna y a dormir. Hoy hemos pasado un buen día pese lo cerca que hemos estado de una terrible muerte.

sábado, 21 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 2

Segunda parte.


09/08/2010_____22:34




Por suerte, ya ha pasado todo, un poco más, unos segundos más de retraso y quizás ya no podría escribir esta historia.

Escribo estas líneas desde una litera. Yo estoy arriba, mi amigo Cristóbal debajo. En la cama de matrimonio que tenemos al lado descansan Jonathan y Juan. Tenemos todos mucho sueño de la noche anterior en el aeropuerto pero aún nos quedan fuerzas para escribir, hablar y planear un poco lo que haremos.

La madrugada anterior estuvimos hasta las 04:00 en el bar hablando sobre las miles de preguntas que nos inquietaban. Ocho minutos después estábamos haciendo cola para facturar las maletas (sin tener aún los billetes y pensando que no nos dejarían sin éstos). Pero rápidamente se solucionó todo, nos facturaron los macutos y nos dieron los billetes indicándonos amablemente la puerta por la que embarcaríamos hacia nuestra esperada aventura.

Pasado el arco de seguridad nos dirigimos entusiasmados a la puerta de embarque 16 para salir de España a la espléndida hora de las 06:25. Esperamos un rato haciendo las primeras fotos y viendo el avión hasta que fuimos a comer algo al McDonald’s.

Una vez dentro del avión la primera sensación fue desilusión. No me esperaba que fuera a ser tan pequeña. Vista desde fuera, parecía grande y moderna, pero la parte de dentro era fea, pequeña y muy cerrada. Las ventanas eran enanas, un poco menos y ni se podría mirar por ellas. Me tocó el lado de la ventana, el mejor, y he de decir que el despegue, las vistas al mar y a las ciudades, las montañas y las nubes me parecieron realmente increíbles.

Llegamos a las 08:15, cogimos las maletas después de esperar un rato a que salieran dando golpes por todos lados y nos pusimos en marcha para coger el tren que nos llevaría a la estación de Termini, en Roma. Por el camino nos paró un taxista ofreciéndonos el viaje por 45€ y los cuatro pensamos “menudo timo nos quiere meter éste” pero al llegar a la estación el billete nos costó un riñón, 14 euros por persona, es decir, 56 euros en total. Por si fuera poco, el tren, si es que se le puede llamar tren a esa máquina que casi parecía ir con vapor, era el peor vehículo por carriles al que se podría subir. Pequeño, mal cuidado, muy viejo, lento y mal equipado. Además el viaje, sin paradas, tardó, tan sólo, cuarenta y cinco minutos. Empiezan fuerte estos italianos.

Al llegar, cansados del “tren” salimos demasiado rápido de la estación. Tan veloces que nos metimos en el barrio chino de Roma. Calles sucias, mal cuidadas y llenas de bazares y restaurantes chinos. ¡Qué buena imagen! Tanta cómo el humor que llevábamos después de lo ocurrido. Al cabo de veinte minutos deambulando pensando que íbamos en la dirección correcta pero sin encontrar nada de lo esperado, decidimos sacar el mapa. Íbamos en la dirección equivocada, pero con unos pocos ánimos y el mapa conseguimos encontrar el camino a nuestra futura nueva residencia.

La llegada al hotel fue muy buena, por fuera todo bonito, sencillo, tal y cómo nos lo esperábamos. Nos atendieron muy bien y rápidamente. Subimos a la habitación y después de discutir unos minutos con el recepcionista sobre el piso de la misma, la encontramos.

La “habitación cuádruple” era, más bien, individual, a mucho estirar para dos personas, pero no para cuatro. Además, como es lógico entre cuatro machos sementales que éramos, la elección de las camas provocó una pequeña disputa. Una vez instalados y todo normalizado, fuimos a comer al McDonald’s, yo por segunda vez este año, y después volvimos para dormir un poco. Por la tarde, a eso de las 17:00, salimos a voltear un rato. Pasamos por la fuente del Tritón, por la fontana di Trevi, el jardín tan bonito del palazzo del Quirinale y San Carlos Cuatre Fontane. Ducha, cena rápida y a dormir. Estamos completamente reventados y no podemos pensar en las fatales consecuencias que provocaríamos unos días después.

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma.1

Primera parte de esta historia.



9/08/2010_____01:18




Porque poco nos ha ido. Mientras escribo estas líneas aún me tiembla el pulso. Hay tantas cosas por contar. Empezaré por uno de los principios.

Llegamos a las 21:11 del día 8 a la estación de Barberà del Vallès. Tras esperar unos treinta minutos, el tren nos recogió con un individuo dentro del vagón. Ese pobre “hombre” estaba, sin lugar a dudas, mal de la cabeza. No paraba de hablarnos y decirnos cosas sin sentido. Al principio se me escapaba la risa, después de unos minutos, ya estábamos todos hartísimos de él.

El viaje hasta Sant Andreu Arenal se nos hizo eterno gracias a ese tipo pero al llegar sentimos otra vez la ilusión de la aventura y fuimos escopeteados a por el metro en la estación de Sagrera. Desde allí, fuimos a parar en cinco minutos a Sants, una carrerita con las maletas a rastras y subimos justo antes del cierre de puertas al tren dirección aeropuerto. Llegamos a eso de las 11 de la noche.

El aeropuerto fue una pasada, y más a esas horas cuando no había nadie. Buscamos tranquilamente la oficina en la que teníamos que recoger los billetes y tras preguntar a una chica del puesto de información lo encontramos. Había un cartel de “abrimos a las cinco” cosa que nos trajo el primer inconveniente. Según los papeles que llevábamos, nuestro avión salía a las 06:25 con lo que teníamos que tener los billetes y facturar a las 04:25. Obviamente no podríamos hacerlo si abrían a las 05:00.

Después de discutir un poco sobre lo que hacer fuimos a ver pasar las horas que nos faltaban a un bar “italiano” llamado café di fiori que se encontraba en la planta baja. Allí sentados nos pusimos a jugar al famoso juego del Uno. Unos momentos después nuestro grupo de cuatro ragazzos aumentó con tres nuevos miembros. Estos chicos nos dijeron amablemente si podían unirse, ya que estaban esperando a un amigo y llevaban un buen rato sin hacer nada, nosotros les dejamos participar en nuestro juego sin ningún tipo de problema, ya que eran vecinos, de Sabadell. Unas cuantas partidas y se despidieron al llegar el avión de su compañero.

Fueron pasando las horas, el Juan y el Cristóbal daban algún que otro paseo, al igual que el Jonathan y yo que además, íbamos jugando a magic. La espera fue larga y más por los nervios de que al abrir a las 05:00, por lo que sea, no nos dejaran embarcar. Jonathan nos aseguró que si que podríamos, que no había de qué preocuparse. Evidentemente yo le aseguré que me pondría muy hostil como no sucediera tal y como decía. Que nervios…