lunes, 23 de agosto de 2010

Diario de un superviviente de la peor catástrofe de Roma. 4

Quarta parte.



11/08/2010_____21:13




A pesar de haber presenciado ya las primeras señales de lo que días después pasaría, nosotros seguíamos despreocupados y confiados de nuestra buena suerte. Hoy había sido un día de mucho andar, y aunque tranquilo, se respiraba en el ambiente la típica tranquilidad que se presenta justo antes de la llegada de la tormenta. Una tempestad que tan sólo podía traer las desgracias que horas más tarde nos ocurrirían.

El día empezó un poco turbulento. La maníaca obsesión de Jonathan de poner el reloj a modo de que nos diera un pitido cada hora me despertó a las 07:00 de la mañana. Yo ya le había avisado la noche anterior de que cambiara el modo porque era fácil que nos despertara con el puñetero ruidito pero él, haciendo caso omiso de mis plegarias, mantuvo su empeño en dejar puesto el dichoso estruendo que hacía el aparato hora tras hora. El hecho de despertarme a las 07:00 provocó por mi parte anunciar una amenaza que sin duda tenía pensado cumplir si volvía a ocurrir algún otro día lo mismo.

La convivencia daba sus primeros frutos de dificultad.

Después del mismo desayuno de cada día (zumo, croissants y chocolate) nos pusimos rumbo a la Plaza España, pasando por vía Veneto. Nos desviamos un poco llegando así a un parque muy acogedor llamado Villa Borghese. Después de verlo muy por encima, entramos al metro y salimos por otra salida que nos dejó directamente en Plaza España. También vimos Villa Medici y continuamos hasta la iglesia muy bien decorada y ornamentada de “La Basílica de San Ambrosio y San Carlos Borromeo”. Allí recuperamos el aliento durante unos minutos y cogimos folletos eclesiásticos sobre los puntos de vista de la iglesia en temas de “la homosexualidad”, “la castidad antes de casarse”, “el aborto”, “la eutanasia”, etc. Ya podéis imaginaros de que palo iban. Madre mía. En fin, no quiero ofender a nadie así que no continuaré relatando el asombroso contenido de los panfletos.

Volvimos al hotel y fuimos a comer a otro restaurante que se llamaba “algo del pomodoro”, donde volvimos a ser estafados amablemente por los camareros. La música del local era pésima y comimos poco y mal pero estábamos relativamente animados por la simple idea de poder ir a dormir la siesta al acabar ese suplicio.

Al acabar la bien esperada siesta, nos dirigimos al bohemio y famoso barrio del Trastevere. Pasamos por el Ponte Fabriccio, la isla Tiberina que nos pareció bastante dejada y desapacible y llegamos, tras un largo paseo, a la iglesia de Santa María in Trastevere. Allí descansamos unos minutos comprobando que no nos hubieran robado por el bonito barrio. A Cristóbal, el barrio bohemio del Trastevere le agradó, mientras que a Juan y a mí nos pareció un barrio peligroso, incómodo y un tanto desagradable, recordándonos un poco al famoso barrio antiguo de la mina de Barcelona. A Jonathan, por no dejar su opinión fuera del grupo, le pareció un barrio cómo cualquier otro.


Al salir de ese tugurio llegamos a la conocida Boca de la Verita, la cual estaba cerrada porque era más tarde de las 17:00 horas. Hicimos unas fotos por fuera y nos dirigimos a recorrer el Circo Massimo camino a la estación de metro. En esta pista de carreras tan larga, cabían hasta 12 carros, y aunque a día de hoy sólo se conserva la pista de carreras, en otros tiempos tenía gradas, verjas y estatuas de diferentes dioses.

Como siempre, el metro nos dejó en la Plaza de la República, fuimos calle arriba hasta la iglesia de Santa Susana y rumbo Este hasta nuestra habitación “cuádruple”. Por el camino empezamos a ver fenómenos extraños sin darle importancia. Descubrimos 2 palomas muertas y supusimos que habían pasado a “mejor vida” gracias a las carreras de coches que se daban por toda la ciudad y a cualquier hora. Cómo cada vez la ciudad nos enamoraba más no reparamos en las pequeñas pero evidentes señales de lo que finalmente nos ocurriría.

Nos fuimos a dormir agotados de tanto caminar. Llevábamos tan sólo cuatro días y ya echaba a faltar cosas de mi antigua vida. Todos menos Juan añorábamos algo de nuestra ciudad, yo mi chica y la comida de allí, Jonathan la comida y su familia y Cristóbal, cómo no, el World of Warcraft. Pese a todo, Roma cada vez nos enamoraba más con sus calles medio asfaltadas, sus apresurados conductores, sus firmes militares armados y sus simpáticos camareros que no dudaban la más mínima en cobrarnos algún que otro euro de más en las comidas.

1 comentario:

  1. Hehehe, vaya aventura que habeis tenido en Roma. Yo este año fui de final de curso, y la verdad es que me fue una ciudad que me encantó, y me lo pasé muy bien, aparte después de compararlo con mi experiencia en tierras germánicas, el carácter mediterraneo de la gente de Roma se agradece mucho.

    Salut!

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